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«No existe sabio que lo sepa todo, ni ignorante que no sepa nada».


5 de diciembre de 2010

UN AÑO MÁS DE VIDA: MOMENTO IDEAL PARA REFLEXIONAR POR UN INSTANTE…

Ahora que en mi vida personal termina un ciclo para empezar uno nuevo, en los últimos días a pesar de lo atareado que he estado, he reflexionado sobre muchos aspectos en torno a la vida misma y que tiene que ver con las cosas buenas o malas que le pasan a uno. Para esta reflexión me ha servido de base la manera de pensar de aquellas personas con las que vivo, comparto alegrías, tristezas, enojos y muchas otras cosas, es decir, mi familia, mis amigos, mi novia, mis maestros, etcétera. Algunas veces nos pasan cosas que parecen horribles, dolorosas e injustas, pero en realidad uno entiende que si no superamos estas cosas nunca habríamos realizado nuestro potencial, nuestra fuerza, o el poder de nuestro corazón. Todo pasa por una razón en la vida. Siempre lo he dicho, absolutamente todo, tiene una causa, fundamento, justificación y razón de ser. Nada sucede por casualidad o por la suerte; enfermedades, heridas, el amor, momentos perdidos de grandeza o de locuras, todo ocurre para probar los límites de nuestra persona y la fortaleza de la misma.

Algo que siempre he dicho es que no todo en esta vida puede ser felicidad, alegría, paz y armonía. No, por supuesto que no puede serlo siempre así. Sin estas pruebas con apariencia catastrófica la vida sería como una carretera recién pavimentada, suave y lisa, sin ningún bache. Una carretera que no pone a prueba nuestras habilidades o destrezas de manejo, y por lo tanto estamos cómodos y relajados y se nos va el tiempo, que es la vida misma. La gente que uno conoce y que nos relacionamos con ellas afectan nuestras vidas; las caídas y los triunfos que uno experimenta crean la persona que somos. Inclusive se puede aprender de las malas experiencias. De hecho, creo que se aprende más de las malas experiencias. Es más, son las más significativas en nuestras vidas.

Por tanto, si alguien los hiere, los traiciona o rompe su corazón, les dan las gracias, les tienen que dar las gracias porque les han enseñado la importancia de perdonar, de dar confianza y de tener más cuidado de a quien le abren su corazón. Si alguien les ama, ámenla o ámenlo ustedes también no porque él o ella los amen, no, sino porque les han enseñado a amar y a abrir su corazón y sus ojos a las cosas pequeñas de la vida. En lo personal, déjenme decirles que yo lo vivo día a día con la mujer que amo. Es maravilloso.

Hagan que cada día cuente y aprecien cada momento, además de aprender de todo lo que puedan, porque quizás más adelante no tengan la oportunidad de aprender lo que tienen que aprender en este momento. Entablen una conversación con gente con quien no hayan dialogado nunca, pero gente importante, interesante; escúchenlos y prestenles atención. Permitámonos enamorarnos, liberarnos y poner nuestra vista en un lugar muy alto. Todo lo que se hace o no se hace en esta vida tiene consecuencias, por lo tanto en vez de que nos pasen, elijamos nosotros mismos lo que queremos que nos pase. Mantengamos nuestra cabeza en alto porque tenemos todo el derecho de hacerlo. Repitámonos a nosotros mismos que somos un individuo magnífico y creámoslo. Si no lo creemos, y si no creemos en nosotros mismos, nadie más lo hará tampoco. Creen su propia vida, encuentren lo que más les hace vibrar. Encuentren a su vida y luego, vívanla. No olviden que el Universo y la vida tienen un plan maravilloso para cada uno de nosotros, pero debemos aprender a descubrirla. Mil gracias por sus buenos deseos y felicitaciones; que Dios se los multiplique infinitamente y los bendiga a todos Ustedes para siempre.

30 de noviembre de 2010

LA IMPORTANCIA DE CORRER RIESGOS

Quiero compartirles una historia de águilas que escuché no hace mucho en uno de tantos lugares por donde luego me hallo y, no me refiero al tristísimo equipo amarillo de futbol soccer mexicano, pues aunque podría resultar interesante hacer una dura crítica de los deportes en México, no es el propósito de lo que les escribo hoy. Más bien, quiero que lean esta historia que seguramente les dejará algo; de lo otro les recomiendo un noticiero deportido o algún periódico barato que venden en las estaciones del metro de la Ciudad de México.

Pues bien, esta es la historia de un par de águilas: el papá y el hijo. Cuando creció el hijo águila, su padre le dijo: “Hijo mío, no todos nacen con alas y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, opino que sería penoso que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Universo te ha dado.” Pero yo no se volar –le contestó el hijo–. Ven –dijo el padre–, lo agarró y lo llevó al borde del abismo de una montaña. ¿Ves hijo? Este es el vacío, cuando quieras podrás volar. Sólo debes pararte aquí, volar profundo y saltar al abismo. Una vez en el aire soltarás las alas y volarás. El hijo dudó. ¿Y si me caigo? –Preguntó el hijo–. Aunque te caigas, no morirás. Sólo algunos machucones que te harán más fuerte para el próximo intento –contestó el padre–.

El hijo volvió al pueblo con sus amigos, sus compañeros con los que había caminado toda su corta vida y que habían crecido juntos. Los más pequeños (de mente, pensémoslo así) le dijeron ¡¿Estas loco?! ¿Para qué vas a hacer eso? ¡Tu papá está delirando¡ ¿Qué vas a buscar volando? ¿Por qué no te dejas de tonterías? Y además, ¿quién necesita volar? –Le decían sus “amigos”. Los más inteligentes también sentían miedo y comenzaron a preguntarle ¿será cierto? ¿Por qué no empiezas poco a poco y despacio? Dile a tu papá que lo piense bien, ¿estará diciendo la verdad? En todo caso, prueba a tirarte desde una escalera, no desde el abismo o desde la copa de un árbol pero, ¿desde la cima de la montaña? No, eso es peligroso y muy arriesgado.

Aquel joven plumífero escuchó el consejo de quienes lo querían, supuestamente. Subió a la copa del árbol y con coraje saltó. Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero igual se precipitó a Tierra. Con un gran “chichón” en la frente se encontró a su padre. ¡Me mentiste, no puedo volar! ¿Cómo siendo tú mi padre me hiciste eso? Probé y mira el golpe que me dí. No soy como tú, mis alas sólo son de adorno –le reclamaba al padre– y comenzó a llorar. ¡Hijo! –Dijo el padre– para volar primero hay que crear el espacio de aire libre necesario para que se desplieguen las alas. Es como tirarse en paracaídas, necesitas de cierta altura antes de volar. Para aprender a volar hay que empezar corriendo siempre un riesgo. Si uno no quiere correr riesgos lo mejor es resignarse y seguir caminando para siempre o en todo caso saltar sólo desde las copas de los árboles.

19 de noviembre de 2010

¿QUÉ PASARÍA SI…?

Quiero hablarles esta mañana de un par de valores humanos, que son la unión o la solidaridad, aquello que nos hace parte de otro ser humano y las sociedades más avanzadas en este planeta, las que ganan los mundiales de futbol porque una selección es el reflejo de cómo está una sociedad, no al revés. Por eso los valores; quien deja hablar de ellos o quien deja de concebir la palabra “valor” quiere decir que va en dirección contraria a la vida, va hacia la época de piedra, quiere volver a ser primate o se vuelve una vil y vulgar cucaracha.

¿No se han preguntado que pasaría si un día al despertar nos diéramos cuenta de que somos mayoría? ¿Qué creen que pasaría si de pronto una injusticia, sólo una, fuese repudiada por todos? Todos que somos todos, no unos, no algunos sino Todos. ¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos nos multiplicamos, nos sumamos y restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso? ¿Qué pasaría si nos organizáramos y al mismo tiempo enfrentáramos sin arma en silencio, sin manifestaciones, pero si en multitudes, en millones de miradas la cara a los opresores, sin “vivas”, sin aplausos, sin sonrisas, sin palmadas en los hombros, sin preferencias políticas? O como diría el propio Mario Benedetti, que pareciera trabalenguas pero no lo es: “¿Qué pasaría si yo pidiera por ti, quie estás tan lejos y tú pidieras por mi que estoy tan lejos y ambos por los otros que están muy lejos y los otros pidieran por nosotros aunque estemos lejos?” “¿Qué pasaría si pusiéramos el cuerpo y el corazón en vez de lamentarnos?” “¿Qué pasaría si rompiéramos las fronteras y avanzamos, avanzamos y avanzamos?” “¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas sin diferencias teniendo tan sólo una bandera única, la nuestra?” Yo agregaría que quizá ninguna, pues no la necesitamos. Desde el ángulo en el que me encuentro yo me preguntaría ¿qué pasaría si de pronto dejamos de ser jueces, holgazanes, cobardes, hipócritas e interesados para comenzar a ser humanos? No lo se, como diría el Maestro Benedeti “¿Qué pasaría?”