Hay un cuento alemán del siglo antepasado muy agradable que les quiero compartir, pues nos invita a la reflexión interna. Bien, se dice que hace tiempo en un pequeño y lejano pueblo había una casa abandonada. Cierto día, un perro buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero de una de las puertas de dicha casa. El perro subió lentamente las viejas escaleras de madera. Al terminar de subir las escaleras se topó con una puerta semi-abierta; lentamente se metió en el cuarto y para su sorpresa, se dio cuenta que dentro de ese cuarto había mil perros más observándolo tan fijamente como él los observaba a ellos.
El perro comenzó a mover la cola y a levantar sus orejas poco a poco. Los mil perros hicieron lo mismo, posteriormente sonríó y le ladró alegremente a uno de ellos. El perro se quedó sorprendido al ver que los mil perros también le sonreían y ladraban alegremente con él. Cuando salió del cuarto se dijo para sí mismo: ¡Qué lugar tan agradable! Voy a venir más seguido a visitarlo.
Tiempo después, otro perro callejero entró al mismo sitio y se encontró entrando al mismo cuarto. Pero a diferencia del primero, este perro al ver a los otros mil del cuarto se sintió amenazado ya que lo estaban viendo de una manera agresiva, posteriormente empezó a gruñir; obviamente vió como los mil perros le ladraron también a él. Cuando este perro salió del cuarto dijo: ¡Qué lugar tan horrible es este! Nunca mas volveré a entrar allí!
Todo esto nos lleva a reflexionar que todos los rostros del mundo son espejos, debemos decidir qué rostros llevaremos por dentro y ese será el que mostrarémos. El reflejo de un gesto y acciones es lo que se proyecta hacia los demás. Las cosas más bellas del mundo no se ven ni se tocan, solo se sienten con el corazón. No somos responsables de la cara que tenemos, pero sí de la cara que ponemos, de la cara que mostramos a los demás.