Es importante saber, mis amigos, que los acontecimientos no son los que nos lastiman, los que nos hieren y hacen sentirnos mal, es tan sólo la visión que nosotros tenemos de los mismos acontecimientos lo que nos puede hacer daño, las cosas, las personas por sí mismas no nos dificultan el camino. Tampoco lo hacen las demás personas, son nuestras actitudes, es decir, nuestra reacción ante lo que nos ocurre es la causa de nuestro sufrimiento o nuestro dolor.
De acuerdo, no podemos elegir las circunstancias externas. Bien, no podemos controlar el clima, no podemos controlar los sentimientos de otra persona o no podemos controlar a los ladrones que nos roban o nos despojan de nuestros bienes, pero les aseguro una cosa: SIEMPRE podemos elegir la forma de reaccionar frente a las circunstancias, siempre o casi siempre, pues. Por eso debemos de practicar el arte de analizar lo que es o no bueno para nosotros, aprender a esperar y a evaluar en lugar de reaccionar obedeciendo siempre a nuestros impulsos. La espontaneidad no es una virtud por sí misma, por ejemplo si ustedes dicen lo que piensan, hay alguien que pueda decir quienes son en realidad. ¿A quién no le ha pasado? Hay que fluir y dejar que las cosas fluyan cuando tengan que suceder porque todo tiene un “por qué” y un “para qué”.
No quisiera desviarme de lo que les planteo en el título de este apartado, pues parecería interesante saber a qué se refiere cuando un sujeto firmemente dice: “Nada es para siempre, excepto ser feliz.” Pues así es, considero plenamente que en principio no hay nada, absolutamente nada que dure para siempre. Y esto lo relaciono con el apego a las cosas y a las personas principalmente, tema del cual ya les he platicado anteriormente.
Pues bien, ¿saben por qué nada es para siempre, salvo el hecho de ser feliz? La respuesta es relativamente sencilla. Todo depende de qué se entienda por felicidad. Ya bien les decía que a veces basta y sobra con buscar el significado de una palabra en el diccionario, que claro, si sólo se limitan a entenderla como un estado de ánimo que se complace con la posesión de un bien o valorarla como sinónimo de satisfacción, gusto o estar contento, me temo que su concepción sobre la felicidad se verá muy deficiente.
Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo y amor en los desencuentros. Ser feliz no es solo valorizar la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza. Ser feliz no es apenas conmemorar el suceso, sino aprender lecciones en los fracasos. Ser feliz no es tener alegría con los aplausos, sino encontrar alegría en el anonimato. Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis. Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista de quien sabe viajar para dentro de su propio ser. Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y convertirse un actor de la propia historia. Ser feliz es atravesar desiertos fuera de sí y es ser capaz de encontrar un oasis en lo recóndito de nuestra alma.
Ser feliz es agradecer a quien uno quiera o en lo que uno quiera creer cada mañana por el milagro de la vida. Ser feliz es no tener miedo de los propios sentimientos. Ser feliz es tener coraje para oír un “No”; es tener seguridad para recibir una crítica, aunque sea injusta. Ser feliz es dejar vivir a la creatura libre, alegre y simple que vive dentro de cada uno de nosotros y es tener madurez para decir “me equivoqué”. Ser feliz es tener la osadía para decir “perdóname”. Ser feliz es tener sensibilidad para expresar “te necesito”. Y ser feliz es tener capacidad para decir “te amo”. ¡Así, y sólo así, descubrirán que ser feliz es lo único que sí es para siempre! Pero para eso hace falta una Revolución para poder llegar a ese estado de felicidad perenne. Una Revolución no de lucha física, sino meramente intelectual. Sean felices mis amigos, que eso, sí puede ser para siempre.