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«No existe sabio que lo sepa todo, ni ignorante que no sepa nada».


31 de mayo de 2019

Sigue brillando

La falta de reconocimiento en las personas, el menosprecio a nuestro trabajo o a lo que nos dedicamos, la ausencia inclusive de cariño y gestos de ternura pueden afectar el autoestima tanto de mujeres como de hombres, haciéndolos sentir poco valiosos.

Sin embargo, que nadie haya sido tan afortunado de darse cuenta la mina de oro que tú eres, no significa que brilles menos que los demás. Que nadie haya sido lo suficientemente inteligente para darse cuenta que mereces estar en la cima, no te detiene para lograrlo.

Es más, que nadie se haya presentado aún para compartir tu vida, no significa que ese día esté lejos. Si nadie ha notado los avances en tu vida, eso no te da permiso para detenerte. Por el contrario, tienes que seguir avanzando.

Que nadie se haya dado cuenta la hermosa persona que tú eres, no significa que no seas apreciado. Que nadie haya venido a alejar la soledad con su amor, no significa que debas conformarte con lo que sea o con quien sea. Porque si nadie te ha amado con esa clase de amor que has soñado, tampoco significa que tengas que conformarte con menos. No lo mereces.

Y que aún no hayas recogido las mejores cosas de la vida, no significa que la vida sea injusta contigo. Que Dios esté pensando en una persona para ti como compañero o compañera de vida, no significa que tú no seas ya ideal.

Solo porque tu situación no parece estar progresando por ahora, no significa que siempre será así. Recuerda que lo mejor está por venir. Por eso, sigue soñando, sigue corriendo, sigue esperando, sigue imaginando, sigue viviendo... Sigue brillando. Sigue siendo lo que ya eres.


23 de mayo de 2019

Carta a mis alumnos

Me inicié en la docencia hace apenas unos cuantos años. Mi principal motivación para ser profesor universitario siempre ha sido el anhelo de formar a más y mejores profesionistas. Inspirar a las nuevas generaciones a sobresalir y superarse es un reto que enfrento constantemente cada semestre.

Hasta ahora, no había sido invitado a impartir una clase a un grupo de estudiantes que no fueran formalmente mis alumnos. Ya había tenido el honor de impartir conferencias, tratar con estudiantes de los últimos semestres de la Carrera de Derecho y asesorar grupos de estudio; sin embargo, tuve la experiencia de dirigirme a un grupo de primera generación, es decir, del primer año de la licenciatura.

Ocurrió este semestre. Me invitaron a dar una clase de Derecho Marítimo después de la semana santa. Como la mayoría de los alumnos había viajado, todos estaban ansiosos por contar las novedades a los compañeros y la emoción era general. E
ntré al salón de clases e inmediatamente percibí que tendría dificultad para conseguir silencio. Con gran dosis de paciencia intenté comenzar la clase. ¿Creen que se callaron? Por supuesto que no.
Con cierto respeto, les volví a pedir silencio educadamente. No resultó, ignoraron la solicitud y continuaron firmes con la conversación. Ahí fue cuando perdí la paciencia y los reté.

«Presten atención porque voy a decir esto una sola vez, compañeros», les dije, levantando un poco la voz.

Un silencio de culpa se instaló en todo el aula de clases. Y continué:«Desde que comencé a estudiar la Carrera, hace ya algunos años, descubrí que los profesores trabajan con el cinco por ciento de los alumnos de una clase. En todos estos años, como alumno y ahora como profesor, he observado que de cada cien alumnos, apenas cinco son realmente aquellos que hacen alguna diferencia en el futuro, apenas cinco se vuelven profesionales brillantes y contribuyen de forma significativa a mejorar la calidad de vida de las personas...»

«EL otro noventa y cinco por ciento sirve solo para hacer volumen. Son mediocres y pasan por la vida sin dejar nada útil. Lo interesante es que este porcentaje vale para todo el mundo. Si ustedes prestan atención notarán que de cien profesores, apenas cinco son aquellos que hacen la diferencia; de cien médicos, apenas cinco son excelentes; de cien abogados, apenas cinco son verdaderos profesionales; y podría generalizar más. De cien personas, apenas cinco son verdaderamente especiales.»

Todos me miraron con sorpresa y a su vez, tenía su atención. Y seguí.

«Es una pena muy grande no tener como separar este cinco por ciento del resto, pues si eso fuera posible, como su profesor, dejaría apenas los alumnos especiales en este salón y mandaría a los demás afuera; entonces tendría el silencio necesario para dar una buena clase y dormiría tranquilo sabiendo que he invertido en los mejores. Pero desgraciadamente no hay cómo saber cuáles de ustedes son esos alumnos. Solo el tiempo es capaz de mostrar eso. Por lo tanto, tendré que conformarme e intentar dar una buena clase para los alumnos especiales, a pesar del desorden hecho por el resto. Claro que cada uno de ustedes siempre puede elegir a cuál grupo quiere pertenecer. Gracias por su amable atención, iniciemos esta clase, por favor».

No sería preciso decir el silencio que hubo en el grupo y el nivel de atención que conseguí después de aquel discurso. El reto les tocó a todos, pues según supe por el titular del grupo, el curso tuvo un comportamiento ejemplar en todas las clases durante todo el semestre. A fin de cuentas, ¿a quién le gustaría ser clasificado como "parte del montón"?

Puede que yo ni si quiera sea un profesor de ese cinco por ciento que hacen la diferencia, como les dije a los alumnos, aún me falta muchísimo por aprender también a mí. Pero de algo sí estoy convencido: he hecho todo para estar en el grupo del cinco por ciento, pero, como bien se los digo a mis alumnos cada semestre, no hay cómo saber si vamos por buen camino o no, solo el tiempo dirá a qué grupo pertenecemos.

Sin embargo, una cosa es cierta: si no intentamos ser especiales en todo lo que hacemos, si no intentamos hacer todo lo mejor posible, seguramente seremos uno más del montón.



19 de mayo de 2019

Ser el número 1

La responsabilidad de llevar adelante un proyecto no se presenta como una tarea fácil. Las variables que hay que dominar son cada vez más numerosas y a la vez más complejas.

Ganar no es algo momentáneo, es algo permanente. Uno no gana de vez en cuando, uno no hace las cosas bien a veces, uno hace las cosas bien siempre. Ganar es un hábito y, lamentablemente, también perder. 

No hay cabida para un segundo lugar. En mi experiencia, sólo existe un lugar: el primero. He terminado en segundo lugar e inclusive tercer lugar un par de veces, y no quiero volver a terminar en segundo o tercer lugar nunca más. Hay un juego para el segundo lugar, pero es un juego de perdedores, jugado por perdedores. En las competencias, los participantes siempre han mostrado entusiasmo por ser el primero en todo, y por ganar, y ganar, y ganar.

Cada vez que un jugador de fútbol, por ejemplo, ingresa a la cancha, tiene que jugar poniendo todo el cuerpo: desde la planta de los pies hasta la cabeza. Interviene cada parte del cuerpo. Algunos juegan con la cabeza, y está bien. Uno debe ser inteligente para ser el primero en cualquier actividad a la que se dedique. Pero lo más importante es que debemos jugar con el corazón, con cada fibra del cuerpo. Si uno tiene la suerte de encontrarse con alguien que use la cabeza y el corazón, esa persona nunca va a salir en segundo lugar. 

Hice la analogía con un juego de fútbol, pero estar a cargo de un equipo deportivo no se diferencia en nada de dirigir cualquier otra clase de organización, ya sea, un ejército, un partido político o una empresa, inclusive una Firma Legal.

Los principios son los mismos. La mira está puesta en ganar, en derrotar al contrario. Tal vez suene duro o cruel. Yo creo que no. Es una realidad que el hombre es competitivo por naturaleza, y que en esas competencias en la vida, intervienen los hombres que más compiten, y es por eso que están allí: para competir. Una vez que ingresan al juego de la vida, deben conocer las reglas, los objetivos. El propósito es ganar limpiamente, como es debido y siguiendo las reglas, pero ganar.

A decir verdad, nunca he conocido a alguien respetado por su trabajo que, a la larga, en lo más profundo de su corazón, no aprecie el trabajo intenso, la disciplina, la constancia y sus recompensas. 

No digo esto porque crea en la "naturaleza bruta" del hombre o en que el hombre tenga que ser una persona insensible para competir. Creo en Dios y en la decencia del ser humano.

Sin embargo, también creo firmemente que la hora más preciada de cualquier hombre el mayor logro de todo aquello que considera importante es cuando, después de haber trabajado hasta el cansancio por una buena causa, se recuesta en el campo de batalla, agotado y victorioso.




6 de mayo de 2019

Los anteojos y la nariz

Una vez, un hombre se dio cuenta que no veía muy bien, no solo al querer leer, sino al caminar por la calle; las caras de las personas las veía borrosas, a veces, incluso se sentía mareado. 

Por ese motivo decidió ir con un oculista. El médico le recetó un par de anteojos, que por el aumento que tenían, eran un tanto cuanto pesados. Al poco tiempo de usarlos, la nariz empezó a protestar: "¡Eh, estos anteojos son muy pesados, me molestan! ¿Por qué tengo que aguantarlos yo, si yo funciono bien?"

Los ojos le respondieron: "Ten paciencia, es que no vemos bien y dependemos de ti para que sostengas los lentes". "No, no estoy de acuerdo, arréglenselas como puedan, a mí esto me molesta y no es mi culpa", volvió a protestar la nariz.

"¡No te quejes tanto, que nosotros también lo sostenemos y no armamos semejante lío!", gritaron las orejas, cansadas de escuchar a la quejumbrosa nariz. 

Sin embargo, la nariz no hizo caso a las razones ni súplicas de los ojos, y disimuladamente comenzó a respingar. Se movía de abajo para arriba, de un costado al otro, hasta que se movió de tal manera que los anteojos se cayeron al piso. Claro, en ese momento el buen hombre iba caminando y al caerse los anteojos, tropezó y cayó con todo su peso hacia adelante.

Y, ¿sabes qué se rompió? Exactamente, la nariz.