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«No existe sabio que lo sepa todo, ni ignorante que no sepa nada».


23 de mayo de 2019

Carta a mis alumnos

Me inicié en la docencia hace apenas unos cuantos años. Mi principal motivación para ser profesor universitario siempre ha sido el anhelo de formar a más y mejores profesionistas. Inspirar a las nuevas generaciones a sobresalir y superarse es un reto que enfrento constantemente cada semestre.

Hasta ahora, no había sido invitado a impartir una clase a un grupo de estudiantes que no fueran formalmente mis alumnos. Ya había tenido el honor de impartir conferencias, tratar con estudiantes de los últimos semestres de la Carrera de Derecho y asesorar grupos de estudio; sin embargo, tuve la experiencia de dirigirme a un grupo de primera generación, es decir, del primer año de la licenciatura.

Ocurrió este semestre. Me invitaron a dar una clase de Derecho Marítimo después de la semana santa. Como la mayoría de los alumnos había viajado, todos estaban ansiosos por contar las novedades a los compañeros y la emoción era general. E
ntré al salón de clases e inmediatamente percibí que tendría dificultad para conseguir silencio. Con gran dosis de paciencia intenté comenzar la clase. ¿Creen que se callaron? Por supuesto que no.
Con cierto respeto, les volví a pedir silencio educadamente. No resultó, ignoraron la solicitud y continuaron firmes con la conversación. Ahí fue cuando perdí la paciencia y los reté.

«Presten atención porque voy a decir esto una sola vez, compañeros», les dije, levantando un poco la voz.

Un silencio de culpa se instaló en todo el aula de clases. Y continué:«Desde que comencé a estudiar la Carrera, hace ya algunos años, descubrí que los profesores trabajan con el cinco por ciento de los alumnos de una clase. En todos estos años, como alumno y ahora como profesor, he observado que de cada cien alumnos, apenas cinco son realmente aquellos que hacen alguna diferencia en el futuro, apenas cinco se vuelven profesionales brillantes y contribuyen de forma significativa a mejorar la calidad de vida de las personas...»

«EL otro noventa y cinco por ciento sirve solo para hacer volumen. Son mediocres y pasan por la vida sin dejar nada útil. Lo interesante es que este porcentaje vale para todo el mundo. Si ustedes prestan atención notarán que de cien profesores, apenas cinco son aquellos que hacen la diferencia; de cien médicos, apenas cinco son excelentes; de cien abogados, apenas cinco son verdaderos profesionales; y podría generalizar más. De cien personas, apenas cinco son verdaderamente especiales.»

Todos me miraron con sorpresa y a su vez, tenía su atención. Y seguí.

«Es una pena muy grande no tener como separar este cinco por ciento del resto, pues si eso fuera posible, como su profesor, dejaría apenas los alumnos especiales en este salón y mandaría a los demás afuera; entonces tendría el silencio necesario para dar una buena clase y dormiría tranquilo sabiendo que he invertido en los mejores. Pero desgraciadamente no hay cómo saber cuáles de ustedes son esos alumnos. Solo el tiempo es capaz de mostrar eso. Por lo tanto, tendré que conformarme e intentar dar una buena clase para los alumnos especiales, a pesar del desorden hecho por el resto. Claro que cada uno de ustedes siempre puede elegir a cuál grupo quiere pertenecer. Gracias por su amable atención, iniciemos esta clase, por favor».

No sería preciso decir el silencio que hubo en el grupo y el nivel de atención que conseguí después de aquel discurso. El reto les tocó a todos, pues según supe por el titular del grupo, el curso tuvo un comportamiento ejemplar en todas las clases durante todo el semestre. A fin de cuentas, ¿a quién le gustaría ser clasificado como "parte del montón"?

Puede que yo ni si quiera sea un profesor de ese cinco por ciento que hacen la diferencia, como les dije a los alumnos, aún me falta muchísimo por aprender también a mí. Pero de algo sí estoy convencido: he hecho todo para estar en el grupo del cinco por ciento, pero, como bien se los digo a mis alumnos cada semestre, no hay cómo saber si vamos por buen camino o no, solo el tiempo dirá a qué grupo pertenecemos.

Sin embargo, una cosa es cierta: si no intentamos ser especiales en todo lo que hacemos, si no intentamos hacer todo lo mejor posible, seguramente seremos uno más del montón.



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