Hace un par de semanas en una cátedra de Derecho Romano, un admirable maestro al quien yo le tengo mucho afecto y respeto, del quien ante ustedes me permitiré el derecho de reservarme el nombre como todo un caballero, contó una anécdota que me llevó parte del día reflexionando sobre la esencia natural de las cosas pues hace algún tiempo que no hacía una reflexión interna tan detenida como ahora.
Pues resulta que en una ocasión mucha gente asistía a una ceremonia sagrada, conocida comúnmente como misa a un templo de un pequeño lugar. Estaban personas de piel blanca, menos clara y de raza afroamericana. Al terminar la misa de un dichoso domingo, sale una mamá con su hijo pequeño de ocho años, quienes por cierto eran de la raza afroamericana.
En la pequeña plaza que había fuera del templo se encontraba un globero con una diversidad de globos de muchos colores: rojo, azules radiantes, amarillos, blancos, rosas, verdes… una inmensa variedad. El niño observaba como los otros pequeños iban con sus padres a comprar algún globo. Sin que se diera cuenta la mamá, el niño se acercó al globero quien vendía un globo azul rey a una niña y le decía que aquél globo significaba la redondez del cosmos.
El niño sin entender mucho lo que quiso decir el globero se quedo viendo atentamente un globo de color negro, que parecía resaltar mucho entre todos ellos. De pronto, aquél globo colorido se le escapó al globero. El niño de ocho años salió corriendo tras él tratando de alcanzarlo. Al ver que el niño no podía atraparlo puesto que se elevó muy deprisa, el globero se acercó a él y le dijo: Niño, aquél globo no subió por el color del mismo, no. Subió por lo que lleva dentro.
Pues resulta que en una ocasión mucha gente asistía a una ceremonia sagrada, conocida comúnmente como misa a un templo de un pequeño lugar. Estaban personas de piel blanca, menos clara y de raza afroamericana. Al terminar la misa de un dichoso domingo, sale una mamá con su hijo pequeño de ocho años, quienes por cierto eran de la raza afroamericana.
En la pequeña plaza que había fuera del templo se encontraba un globero con una diversidad de globos de muchos colores: rojo, azules radiantes, amarillos, blancos, rosas, verdes… una inmensa variedad. El niño observaba como los otros pequeños iban con sus padres a comprar algún globo. Sin que se diera cuenta la mamá, el niño se acercó al globero quien vendía un globo azul rey a una niña y le decía que aquél globo significaba la redondez del cosmos.
El niño sin entender mucho lo que quiso decir el globero se quedo viendo atentamente un globo de color negro, que parecía resaltar mucho entre todos ellos. De pronto, aquél globo colorido se le escapó al globero. El niño de ocho años salió corriendo tras él tratando de alcanzarlo. Al ver que el niño no podía atraparlo puesto que se elevó muy deprisa, el globero se acercó a él y le dijo: Niño, aquél globo no subió por el color del mismo, no. Subió por lo que lleva dentro.
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